Cuánto tiene de realidad esa frase que he oído desde que era muy pequeña a muchas mujeres que se acercan a los 40 y que ahora yo misma parafraseo en más de una ocasión e incluso intento auto-convencerme mentalmente de ello.
Pues a ver, seamos realistas, la fuerza de la gravedad recae en nuestro cuerpo según van pasando los años, que sí que luchamos contra ella con todas las cremas que nos prometen reafirmar, con ejercicios y si podemos permitirnos algún que otro tratamiento que nos prometa volver a los 20 tanto en cuerpo como cara, al toro. Pero inevitablemente los años pasan… las dichosas arruguitas empiezan a asomar (aunque yo estoy convencida de que no son más que líneas de expresión por lo muchísimo que sonrío por lo plena y feliz que es mi vida), los pechos se caen y las caderas se ensanchan (sobre todo después de embarazos y lactancias), en tu tripa plana se empieza a acumular una grasita incipiente que nunca jamás habitó ahí, etc… A todo esto tenemos que unir que antes un donut entraba en tu cuerpo sin hacer ruido y ahora entra para quedarse, que antes perdías 2 kg en una semana y ahora tienes que estar un mes a lechuga y manzanas para conseguirlo.
Obviando todas estas pequeñas cositas, las mujeres mejoramos con los años, como el buen vino. Definitivamente lo creo, estoy convencida de ello.
Jugamos a nuestro favor con la experiencia y el conocimiento que nos dan los años de nuestro cuerpo. Ahora sabemos lo que nos sienta bien, no nos apuntamos a “las modas” sólo porque se lleven, sólo cogemos aquello que sabemos nos queda bien. En cambio a los veinte todo vale, te apuntas a todas las modas porque eres “in” y siempre vas a la última, aunque algunas cosas te queden para pegarte un tiro.
¡Qué nos quiten lo bailado!