Antes de quedarme embarazada, cuando ni siquiera veía cerca el hecho de convertirme en mamá, soñaba con tener una niña. Siempre me han encantado las compras y he sido muy cursi y pensar en una niña para comprarle y ponerle vestidos, lazos, gorritos, trenzas... me enloquecía.
Cuando él y yo decidimos llamar a la cigüeña (más bien lo decidí yo, para que nos vamos a engañar... pero es que cuando el reloj biológico llama... no llama sólo 2 veces, como el cartero, sino muchas más) queríamos tener un fruto de nuestro amor y lo que realmente nos importaba era que estuviese sano (lo típico que siempre se dice, pero es que es verdad) aunque los 2 teníamos cierta preferencia por la niña.
Estábamos tan convencidos de que sería una niña que teníamos una lista completa de nombres de niñas, con sus pros y sus contras y los nombres de niños no los habíamos ni pensado.
En la ecografía de las 17 semanas el ginecógolo nos dijo que era un niño. ¿Un niño? ¿Seguro doctor? ¿Igual es que no se ve muy claro? la respuesta de éste fue tajante "No", no había duda, mi frutita era un frutito.
Aunque al principio me decepcioné (me siento un poco culpable por ello) pronto nos hicimos a la idea.
Cuando nuestro frutito llegó, lo deseaba con muchísimas ganas y el amor que sentí por él, desde el primer momento, es un amor tan fuerte que no se puede explicar, un amor incondicional que jamás había sentido antes y que hoy sólo lo siento por él y por su hermana.
A los 2 años y pico volvimos a llamar a la cigüeña, en esta ocasión a pesar de seguir queriendo tener una frutita, por eso de tener a "la parejita", etc... no nos importaba repetir con otro niño, pues nuestro frutito nos había conquistado totalmente.
A día de hoy, 6 años después, querría volver a tener primero a mi niño y luego a mi niña, pues él protege y cuida a su hermana tantísimo que me despierta una ternura tremenda, ¡Muero de amor con ellos!