Hace un par de semanas, mientras esperaba en la puerta del colegio de mis frutitos a que abriesen, una de las mamás nos contó, muy agobiada, que su hijo de 11 meses les estaba dando mucha guerra a la hora de dormir.
Esta mamá nos expresó con verdadera preocupación que su hijo, de meses, lloraba cuando lo metían en su cuna. Una cuna que se encontraba en otra habitación distinta a la de los padres, desde que éste cumplió 4 meses. Desde ese mismo momento, el niño lloraba sin parar todos los días, cada vez que llegaba el momento cuna y durante la noche lo volvía a hacer 3 ó 4 veces, como mínimo.
Añadió que habían solicitado ayuda profesional, porque estaban desquiciados y ya no sabían que hacer, y que actualmente estaban llevando a cabo un método que consistía en dejarle llorar sin acudir a consolarle, de tal modo que el niño, por aburrimiento, dejaba de llorar. Llevaban 4-5 días haciendo esto y que lo pasaba muy mal al oírlo llorar desconsoladamente, incluso por momentos temía que se asfixiara, pero que lo hacía por su bien.
Ante esto último no pude contenerme y le dije que me parecía una absoluta crueldad y que no compartía ese método para nada. No puedo compartir, ni entender, ni aprobar que a un bebé de 4, 6, 8 u 11 meses se le deje llorar en otra habitación, alejado del calor de sus padres. Solo e indefenso en un entorno desconocido, en un espacio enorme para él sin que nadie acuda a consolarle.
El tipo de crianza que llevamos a cabo en casa, es diametralmente opuesta a la que practica esta mamá. Desde que mis hijos nacieron han dormido pegados a mí, en el calor de nuestra habitación. Cuando eran recién nacidos, por miedo a ponernos encima de ellos o impedirles respirar con alguna postura, nos compramos una minicuna “colecho”. Se trata de una minicuna abierta por una de sus partes que se acopla directamente a nuestra cama, a la misma altura, permitiendo que nuestro bebé este junto a nosotros, pero durmiendo en su propio colchón. Así mis frutitos me sentían cerca y cuando querían comer, tantos ellos como yo lo teníamos muy fácil. Podéis encontrar estas minicunas aquí (http://apego.es/minicunas-colecho/). En villa frutitos no les hemos dejado llorar de madrugada. Cuando estaban en la minicuna al estar tan cerca pronto saciaban su deseo: o bien de apego y cariño o de hambre sirviéndose de mi pecho y una vez que ya estaban en su habitación, cuando el vigilabebés nos chivaba que se quejaban los traíamos a nuestra cama, donde se sentían seguros y protegidos.
Actualmente mis frutitos tienen 6 y 3 años y la cama de papá y mamá sigue estando abierta para ellos. Mi hijo es ahora, el que no quiere compartir sus noches con nosotros y nunca se viene de madrugada a nuestro lado. Me da mucha pena, esto indica que se nos ha hecho mayor y ya no necesita ese “apego” que requieren en edades más tempranas. A la vez, me siento orgullosa porque, gracias al colecho, mi hijo se ha convertido en un niño seguro, sin miedos y que decide libremente acostarse en su cama sin necesidad de compartir su espacio con nadie más. Cuando llega la hora de acostarse nos da un beso y se queda tan contento en su cama. Es su elección y él la disfruta, jamás se lo hemos impuesto.
Durante estos años, muchos amigos y familiares nos han juzgado negativamente por llevar a cabo la llamada “crianza con apego”. Para ellos estábamos criando niños dependientes, caprichosos y sin limitaciones. No entendían, por ejemplo, que cuando salíamos a dar un paseo yo los llevara siempre colgados de mí en los portabebés y no en su carrito. Recuerdo que cuando nació mi frutito, el primer regalo de papá fue un fular elástico para llevarlo siempre pegado a nosotros (el fular era de este tipo, por si os interesa haceros con uno (http://apego.es/fulares-elasticos/). Mi tía, una señora tradicional de mediana edad, se encontraba en el hospital cuando “él” trajo el fular, miró aquello con auténtico horror y nos dijo algo así como que no se nos ocurriría sacar al bebé liado en ese pañuelo. Efectivamente, así es como saqué a mi frutito del hospital, pegado a mí, perfectamente sujeto con el fular elástico. Aún recuerdo su carita de placer apoyada sobre mi pecho, ¡Pura paz!
Tras el fular tuvimos otros tipos de portabebés como las mochilas ergonómicas (http://apego.es/mochilas-portabebes/) que nos han permitido sacar a nuestros frutitos a la calle a pasear, a hacer la compra, etc… siempre cerquita de nosotros, protegidos y seguros. Frente a lo que mucha gente pensaba, mis hijos, actualmente, no son niños que quieran ir en nuestros brazos, al contrario, les encanta ir caminando a todos sitios y aguantan grandes caminatas sin quejarse. Desde mi propia experiencia, puedo afirmar que la crianza natural que practicamos en casa, no ha dado lugar a niños dependientes (más bien yo diría todo lo contrario, son bastante independientes y autónomos, pues siempre hemos intentado que sean responsables de sus cosas y practiquen todo aquello que se les presenta como algo complicado), no son caprichosos (a ver de vez en cuando piden cosas, pero no más que los hijos de mis amigos de la misma edad que no llevan a cabo este tipo de crianza) y por supuesto mis hijos si tienen límites y ellos los conocen y respetan (no creo que los límites en la educación de un niño vayan desligados de la crianza con apego).
Las minicunas para el colecho, los fulares elásticos y las mochilas ergonómicas que os he enseñado, las podéis encontrar en una tienda online de la que soy súper fan: apego.es (http://apego.es/). Si tú también apuestas por la crianza con apego, estoy convencida de que te encantará, es una tienda que te ofrece lo más natural para tu bebé. En ella además de encontrar portabebés y todo tipo de productos para facilitar el colecho, tenéis una amplia gama de objetos para la lactancia materna, cosmética natural para el bebé y la mamá, unas suavísimas muselinas (con las que, por cierto, mis frutit@s aún se siguen arropando), hamacas y columpios infantiles y varios objetos para la hora de comer.