Hoy os voy a hablar de ese momento en que nuestro bebé llega al mundo, el parto, la historia de mi primer parto. Ahora que estoy esperando a mi tercer hijo vuelvo a recordar mis embarazos, las sensaciones que tuve y por supuesto mis partos.
Cada parto es un mundo, ningún parto es igual a otro, ni siquiera tus propios partos tienen nada que ver entre ellos, por lo menos los míos.
Hoy a toro pasado puedo confirmar que he tenido dos experiencias muy diferentes en mis partos. Uno, el primero, lo recuerdo como más "intenso", sí lo llamaré así "intenso" y el otro como placentero, sí placentero porque fue tan corto que recuerdo más placer que sufrimiento.
Mi primer parto fue el 3 de septiembre de 2010, el primer mejor día de mi vida. Ese día vi nacer a mi primer hijo, mi primogénito, mi precioso Melocotón.
Como era verano pudimos encajar las vacaciones para el momento de su llegada y decidimos irnos a Cádiz y tenerlo allí, en mi tierra.
El embarazo fue bastante bien, exceptuando mis nervios incentivados por factores externos que no tenían nada que ver conmigo ni con el bebé y mi ligera "hipocondría", ya que todo marchaba perfectamente.
Sin embargo al final del embarazo, en la última ecografía que fue allí en Cádiz, vieron que tenía poco líquido amniótico y me pusieron en alto riesgo esas últimas semanas.
Así se dieron cuenta de que el niño estaba perdiendo peso, de 3 kg. que me dijeron en la primera ecografía en la que observaron poco líquido amniótico a 2,500 kg. en la última que me hicieron. Justo en ese momento decidieron programar el parto para el día 2 de septiembre, 4 días antes de la fecha probable de parto.
Aunque me hicieron ir a primera hora de la mañana, hasta las 3 de la tarde no me dieron una habitación. Como mi útero aún estaba completamente cerrado y ni siquiera había expulsado el tapón mucoso, esa tarde me introdujeron en la vagina un gel que contenía prostaglandina para que madurase el cuello del útero y así se fuese preparando para el parto.
Al día siguiente a las 12 de la mañana me llevaron a paritorio, a una de las salas de dilatación y allí me administraron oxitocina para favorecer las contracciones y provocar el parto.
Me pusieron una vía para administrarme la oxitocina por vía intravenosa de forma continua, primero a dosis reducidas y poco a poco fueron incrementándolo. También me colocaron los monitores para controlar las contracciones por una parte y la pulsación del niño por otra.
Con todas estas cosas puestas era imposible moverme con libertad cada vez que venía una contracción, lo que lo hacía un poco más doloroso aún si cabe. Nunca antes hasta ese momento había experimentado el dolor de una contracción, o al menos no con la intensidad que las sentía allí. No sé si al ser provocadas por la oxitocina que me administraron y al no ser un trabajo que mi cuerpo hacía de forma natural lo hacía más doloroso o no. Lo que sí puedo confirmar es que me dolía y mucho y casi desde el principio pedía a gritos la epidural.
Desde antes del parto tenía claro que quería que me administraran la epidural y para ello firmé todos los documentos pues soy de la opinión de que si la ciencia ha avanzado para hacer más llevadero este momento negarse a ello es una auténtica aberración.
En el primer tacto vaginal que me hicieron después de la oxitocina ya estaba de 4 cm. entonces me dijeron que iban a llamar al anestecista para que viniese a ponerme la epidural. En ese momento fui feliz. No tanto cuando 10 minutos después volvió a venir la matrona y me dijo que el único anestesista que había en el hospital (Cádiz en pleno verano) estaba en una operación y que en cuanto terminara vendría a ponérmela.
No sé el tiempo que tardaron en decirme que ya el anestecista estaba disponible y que ya venía, pero a mí se me hizo eterno. En ese momento me volvieron a hacer otro tacto y me dijeron que estaba de 7 cm. , según me dijeron dilataba muy rápido y que ya tan dilatada no merecía la pena ponerme la epidural, pues no me iba a hacer efecto.
En ese momento empecé a llorar de rabia y dolor, estaba postrada en aquella cama, con la vía, las correas de los monitores, apenas me podía mover y las contracciones cada vez eran más dolorosas.
Mi pobre chico me miraba impotente les pidió que al menos me pusieran un calmante, por la vía que tenía ya puesta con la oxitocina para que el sufrimiento fuese menor, él no podía hacer más para calmar mi dolor que eso y estar allí conmigo dándome su mano y todo su apoyo y ánimo.
Finalmente le hicieron caso y me pusieron una especie de calmante por la vía, aunque el dolor no se fue en absoluto pues yo lo seguía notando todo con la misma intensidad, pero según la matrona eso hizo que la dilatación se ralentizase.
Cuando me rompieron la bolsa para que el líquido amniótico empezase a salir y favorecer el parto se dieron cuenta que no es que tuviese poco líquido, es que no había líquido. Si lo hubiesen dejado un poco más no sé lo que habría pasado. Mi niño ya había estado sin líquido amniótico, por eso había perdido tanto peso.
Al fin a las 17:30 de la tarde, aproximadamente, me trasladaron de la sala de dilatación a la zona del expulsivo y en media hora mi pequeño Melocotón estaba en mis brazos.
Esos últimos empujones fueron muy dolorosos, no sé si por ser un parto en seco o porque tenían que ser así pero merecieron la pena, se me olvidó todo de golpe al ver esa carita y ese cuerpecito tan tan pequeñitos. 2,500 kg de peso y 47 cm. de estatura, un auténtico ratoncito, tan pequeñito y frágil y a pesar de eso tan precioso.
Una vez que tenía a mi bebé sobre mí, la matrona le preguntó a papá de frutitos si quería cortar el cordón umbilical. Por supuesto que quiso, él estuvo cada minuto a mi lado, padeciendo mi dolor y vivió ese momento con la misma intensidad que yo, por tanto sentirse más partícipe de ese momento cortando el cordón umbilical le hizo mucha ilusión.
Esa sensación de tener a mi hijo sano sobre mí, ese olor a vida que se respiraba allí lo tengo grabado en mi mente como una de las mejores experiencias de mi vida. Ese sentimiento era la felicidad con mayúsculas.
6 horas de dolores, 6 horas desde que entré en ese paritorio, 1 día y medio en aquel hospital, todo eso se olvidó, todo se esfumó con su llegada. Solo existía la felicidad más absoluta. Ya no había dolor, solo amor y felicidad, dos conceptos cuyo significado en el más alto grado conocí ese día. Todo aquello que antes había creído amar o todo aquello que hasta entonces había experimentado como la auténtica felicidad, se quedaron pequeñitos en ese momento. Ahí supe lo que era ser feliz de verdad y conocí el amor más puro, el amor sin condición.
Pronto compartiré con vosotros mi segundo parto, mi parto placentero y os adelanto que tampoco fue con epidural, Sí, la mayor defensora de la epidural ha tenido dos partos sin epidural. Aunque he de confesar que el segundo sí fue un parto natural, sin nada, sin vías, sin correas... solo yo y mi pequeña bebé... bueno y papá de frutitos, por supuesto, siempre apoyándonos.
Por cierto la parte positiva de un parto sin epidural es que a la hora en el primero, e incluso antes en el segundo pude ir yo sola al baño caminando y a las pocas horas dar paseos por el hospital.