Corrían los años 80 y mi yo niña amanecía un 6 de enero con la ilusión y la emoción de quien aún cree que 3 señores montados en sus camellos vienen cargados de regalos para los niños que han sido buenos.
Ese año me pedí “la familia corazón”, la barbie con el ken y sus dos retoños (niña y niño) todos ellos vestidos de rojo perfectamente conjuntados. Sí, la viva estampa de la cursilería, lo confieso, siempre he sido muy cursi.
Recuerdo con cariño y nostalgia las tardes enteras jugando con mi familia corazón. Soñando con formar algún día mi propia familia, por supuesto, todos igual de ideales que ellos. ¡Qué ilusa una cuando es niña! creyendo que después de tener dos hijos podría lucir aquella microcintura y esos pechos enormes y rectos, aiiiinnnnssss, ¡El poder de la inocencia!
Recuerdo con cariño y nostalgia las tardes enteras jugando con mi familia corazón. Soñando con formar algún día mi propia familia, por supuesto, todos igual de ideales que ellos. ¡Qué ilusa una cuando es niña! creyendo que después de tener dos hijos podría lucir aquella microcintura y esos pechos enormes y rectos, aiiiinnnnssss, ¡El poder de la inocencia!
Muchos años después, cuando el sueño de “mi familia corazón” yacía dormido en alguna parte de mi mente, se despertó mi instinto maternal. Pensé que la manera más bonita de consolidar mi amor con “él” era con el fruto de nuestro amor (que sí, lo reconozco, soy una cursi redomada).
Nos pusimos manos a la obra y tan solo 10 meses después llegaría “el Melocotón”. Al segundo de salir ya lo amaba tan profundamente como jamás había amado a nadie. Desde ese primer segundo de vida de mi frutito, dejé de ser yo para ser con él.
Después de 2 años de tremenda felicidad pero también de mucho estrés, dudas y miedos, “él” y una servidora empezamos a estudiar la posibilidad de ampliar nuestra familia. Tras mucho debate pensamos que el momento había llegado porque corríamos el riesgo de acomodarnos con nuestro frutito ya que lo peor había pasado.
Aproximadamente un año después llegaría nuestra frutita para completar el frutero y nuestra felicidad. Por cierto, para mi asombro, desde el primer instante quise a "la Manzanita" exactamente igual que al frutito. Antes de ese momento pensaba que sería imposible amar a otro hijo como a él, pero lo es, exactamente igual. Justo ahí entendí esa frase que tanto repite mi madre de “¿Qué dedo me corto que no me duela?”
Hoy, casi 6 años después, puedo confirmar que el sueño de mi infancia se ha hecho realidad, tengo mi propia familia corazón. Sí, tenéis razón eso ha quedado muuuy cursi ;)