Un buen día mi instinto maternal despertó, por aquel tiempo aún andaba en la veintena. Trabajaba a jornada completa, iba al gym de lunes a jueves a la salida del curro, y mis únicas preocupaciones eran hacer mi trabajo lo mejor posible, comprarme el último modelito por el que me encaprichaba, mantener la línea, cuidarme y organizarme para pasar tiempo con "él" y con mis amigas. Esto lo percibo así ahora, en aquel momento notaba que me faltaba algo, el fruto del amor incondicional hacia mi guapísimo y querido novio, un pequeño frutito que viniera a completarnos. Ya estaba cansada de salidas nocturnas hasta el amanecer, de las cañas de viernes al mediodía que acababan en un garito por la noche, de las jornadas de compras interminables de los sábados, los domingos de resacas tumbados en el sofá comiendo pasta y zapeando… (¡Pero qué ilusa, cuán maravilloso era todo aquello, aiiiiiinnnnnsss!)
Cuando te conviertes en mamá, tu vida de mujer pasa a un segundo plano. El ocio y tiempo libre desaparecen por completo. Ser mamá es un trabajo que te requiere las 24 horas del día, sobre todo al principio.
Cuando llegó mi muy deseado y precioso fruto nada fue como me imaginaba. Yo me divisaba divina, con mis vaqueros de la 36, con mi pelo perfecto, maquilladita, mi manicura hecha, paseando a mi peque en su bugaboo. Pero no, nada más lejos de la realidad, las dos primeras semanas apenas tenía tiempo para meterme en la ducha, me pasaba el día entre pañales y discos de lactancia, llena de leche que salía de mis pechos a borbotones y de regurgitaciones de mi bebé. Mi pelo perfecto era un moño mal hecho, mi ropa una camisola enorme para ocultar los 20 kilos que cogí durante la dulce espera, mis uñas sin pintar y no existía maquillaje que ocultara mis enormes ojeras, así que por supuesto también prescindí de éste. Me percibía como una auténtica vaca lechera, con las tetas fuera todo el día. Y por supuesto tu vida de pareja la sacrificas en pro del “fruto de vuestro amor”.
Las que aún no habéis tenido la suerte de ser mamá (sí la suerte) al leer esto diréis vaya engorro y os preguntaréis cómo repetimos… Pues muy sencillo todo esto te compensa al mirar a tu bebé, tenerlo en tus brazos, olerle… compensa absolutamente todo por esa maravillosa sensación.
Es verdad que una vez pasado el primer mes, a todo se adapta una y empiezas a organizar tu vida más o menos, por supuesto nunca al nivel de antes porque la prioridad en tu vida pasa a ser él. La pérdida de kilos, que es rápida tras un embarazo, sobre todo si das el pecho, es el comienzo de volver a coger las riendas de todo. Eso sí, os digo que cada embarazo supone para tu cuerpo una talla más de pantalón y una menos de sujetador. Al menos la de sujetador no te das cuenta hasta mucho después cuando dejas de dar el pecho. Durante la lactancia tienes unos pechos enoooormes, yo nunca me había visto con tanto escote. Pero sí amigas, esto es engañoso una vez que le dices bye bye a la lactancia, tu pecho se desinfla y se queda más “esmirriado” que nunca.
En conclusión casi todas repetimos experiencia y esto es porque a pesar de todo compensa, y mucho. También he de deciros que la llegada de tu segundo bebé nada tiene que ver con el del primero, jugamos a nuestro favor con la experiencia y no cometemos los mismos errores que cometimos con el primero. El síndrome de la hipocondría de madre primeriza en el segundo no se da, y menos mal... yo con mi primer hijo obligaba a su padre a hacer guardias conmigo durante las noches de los primeros días para asegurarnos que respiraba… y ¡Cómo esa os puedo contar mil!