Nuestra misión como padres es cuidar y educar a nuestros hijos y como buenos mamíferos tenemos ese instinto de protección hacia nuestras crías. El problema viene cuando esa protección supera los límites y tendemos a sobreprotegerles de todo, impidiendo que ellos puedan desenvolverse por sí mismos en determinadas situaciones o enfrentarse a cualquier pequeña dificultad y superarla sin ayuda de nadie. Esto da lugar a niños dependientes, con poca autoestima, asustadizos, con baja tolerancia a la frustración... por tanto con este comportamiento en vez de beneficiar a nuestros hijos, conseguimos todo lo contrario.
En la escuela infantil nos empezaron a decir que era bastante "miedoso" no subía al tobogán solo, ni en los correpasillos y que en psicomotricidad muchas de las actividades propuestas no las quería hacer sin ayuda porque le daba miedo. Fue en ese momento cuando el papá de los frutitos habló conmigo sobre mi extrema sobreprotección hacia el niño y el daño que eso le estaba ocasionando. Me dijo que eso era solo el principio, el Melocotón con 2 años era un niño dependiente y asustadizo, ante cualquier actividad nueva pedía ayuda y se sentía incapaz de hacerlo por sí mismo, pues yo nunca le dejaba probar, caerse y aprender a hacer nada. El resto de niños de su edad subían y bajaban las escaleras, se tiraban del tobogán, saltaban desde los bloques, etc... y él, debido a mi sobreprotección, se sentía incapaz de hacer todo ese tipo de actividades sin ayuda. Con mi comportamiento, en vez de beneficiarle, como creía, le estaba perjudicando y haciendo que mi hijo fuese un niño dependiente, con baja autoestima y muy asustadizo. Me sentí la peor madre del mundo, sin embargo "él", como tantas otras veces, me dijo que no estaba nada perdido, que juntos podríamos cambiar eso, que teníamos que soltar la correa, que los niños se acostumbran a nuevas rutinas rápido, que aún podíamos hacerle un favor a nuestro hijo.
Así que aunque me costó, y también le costó bastante a mi Melocotón, sobre todo al principio, finalmente empezó a volar solo. Recuerdo como las primeras veces en el parque mi pequeño lloraba y pedía mi mano para ir a subir al tobagán o a cualquier otro sitio. No entendía como su mamá ya no estaba pegada a él, alertándole de cualquier peligro, agarrando su mano y evitando que se cayera o se pudiera hacer el más mínimo rasguño. Poco a poco, fue acostumbrándose a su nueva recién adquirida "libertad" llegaron sus primeras caídas, pues hasta este momento mi sobreprotección había sido tan grande que sus caídas habían sido mínimas. Empezó a aprender de los errores, y esto, al contrario de lo que yo pensaba, iba fortaleciendo su autoestima, lo iba convirtiendo poco a poco en un niño más seguro de si mismo, más autónomo, más valiente.
Con la Manzanita, ya con la lección aprendida, la sobreprotección extrema se quedó en un cajón. Ella siempre ha sido muy independiente y autónoma, nuestra pequeña valiente. (Ya os conté en un post de hace meses "Los segundos son otra historia" como incluso antes de nacer nuestro comportamiento fue muy diferente con ella). Los padres también nos equivocamos, lo bueno es rectificar a tiempo y no volver a cometer los mismos errores. Errar es de humanos y de los errores se aprende. Está bien que protejamos a nuestros hijos, es parte del instinto ma(pa)ternal, pero es necesario darles cancha para aprender de sus errores, que se caigan y se puedan levantar de sus caídas, porque esos pequeños gestos hará que nuestros hijos sean niños más felices, autónomos, seguros de sí mismos, independientes y con mayor tolerancia a la frustración, porque saben desde pequeños lo que es equivocarse y caerse, y así también aprenden a levantarse.